HAY QUE HACER LO QUE HAY QUE HACER
Julia no comprendía la situación y la dominó la ira del momento. Le habían arrebatado su momento feliz de cada día. El gerente veía la situación desde una esquina y se llenaba de gozo por deshacerse de esta mujer que parecía un fantasma merodeando todos los días el supermercado.
Agustín sentía tristeza al ver la molestia en el rostro de aquella anciana por prohibirle entrar al lugar al que recurría cada día. Desearía poder cambiar las normas del lugar, aunque en ese momento, eso era lo correcto de hacer. Julia terminó desconsolada, ya que después de suplicar porque la dejaran seguir yendo a la tienda, no obtuvo resultados.